En la madrugada del 11 de marzo, en Raco, el río arrasó con todo lo que encontró a su paso. La correntada de La Cañada destrozó las casitas de las riberas y se llevó hasta los chanchos y las gallinas. Desde entonces, 47 familias quedaron refugiadas en la escuela N° 107 “Doctor Manuel Ignacio Esteves” de la villa turística. Durante cuatro meses, las aulas sirvieron de dormitorio, cuando no también de comedor. Y los alumnos debieron comprimirse en aulas improvisadas en una casa vecina y en la parroquia, donde hasta se cerró una galería con plásticos para atajar el viento de la montaña y ganar un aula más para 4° grado. Aunque las consecuencias de las inundaciones todavía se sienten, de a poco todo vuelve a su lugar: hoy las familias tienen casa nueva y los chicos regresan a su escuela.
No fue fácil la convivencia, sobre todo teniendo en cuenta el poco espacio con que contaban unos y otros. En la escuela se cocinaba todos los días para las familias evacuadas, pero el comedor debió ser suspendido para los alumnos, que repartidos en tres lugares distintos, sólo recibían un refrigerio. “Comían el pan que amasaban las madres”, dijo la directora, Patricia de Moreno, agradecida porque se recibió “mucha ayuda” del Gobierno y solidaridad por parte de instituciones como el Colegio de Bioquímicos, que prestó cabañas para dar clases; la comuna, que le consiguió una casa vecina y el Club Social de Raco, que entregó donaciones. Hoy también volverá a funcionar el comedor.
Después de cuatro meses de servir como refugio de evacuados, el local escolar necesitó muchas reparaciones. “Hubo que reponer sanitarios y dos pizarrones. La gente que ocupaba el local se llevó sillas, elementos de cocina, un anafe, un televisor y hasta un tanque de agua. Las puertas quedaron destrozadas, porque muchos les hicieron agujeros para ponerles candados cuando salían”, contó un grupo de maestras. Pero la directora, en cambio, dijo que muchos de esos elementos les fueron regalados a los evacuados y destacó la actitud de varias madres y niños que estuvieron alojados allí y que “vinieron al local para ayudar a limpiar”.
La directora, que se encontraba junto con la supervisora Susana Salomón, (estaba de visita en la parroquia), contó que los chicos de las familias evacuadas recibieron atención psicológica y social del Gabinete Psicopedagógico y del SASE (Servicio de Asistencia Social Escolar). Los niños tuvieron que estudiar con cuadernillos que les repartió el Ministerio de Educación, porque habían perdido todos sus cuadernos y libros en la inundación.
Cuando LA GACETA llegó a la casa vecina a la escuela, no había alumnos. Todos habían faltado porque sabían que iban a fumigar el establecimiento escolar. “¡Menos mal que los chicos no vinieron, porque no se puede respirar del olor!”, dijo una maestra. No es difícil imaginar la incomodidad que sufrieron los chicos en cuartos de 3 x 3 metros, con los techos rotos y para colmo sin agua, porque no funcionaba el baño, según contaron las docentes.
“¡Era un hacinamiento total! Los chicos apenas entraban en las aulas y las maestras no tenían dónde sentarse, estaban todo el tiempo paradas ¡Ponían dos grados juntos, compartiendo un solo pizarrón y así los chicos no pueden aprender nada!”, protestó el vecino Carlos Ponce. “No sé qué pueden haber aprendido esos chicos en este medio año”, lamentó.
Los 128 alumnos de la primaria, se repartieron así: el primer grado funcionó junto con el jardín de infantes al frente de la escuela; 2° y 3° grado, en la casa vecina, y 4°, 5 y 6° en la iglesia Nuestra Señora del Valle, en pequeños cuartitos que se usaban para la catequesis y en una galería. Aunque esta última, según dijo la directora, “sólo se usó para apoyo escolar”.
Por la ruta 301 había grupitos de entre cinco y 10 alumnos secundarios en los refugios. Eran los chicos de la escuela media que funciona en el local de la 107. También ellos tuvieron que “emigrar” provisoriamente, pero más lejos que los de la primaria: se fueron a la escuela Abel Peirano, de El Siambón. Los llevaba y traía hasta su escuela de origen, en forma gratuita, un colectivo contratado por el Ministerio de Educación. Pero como son más de un centenar, el transporte debe hacer más de un viaje. “¿Cómo están allá, en El Siambón?”, les preguntó LA GACETA. Los chicos se miraron y rieron. “¡Bien apretaditos!”, dijeron al fin.